Laura Montero
estrategia digital

No hay viento favorable para un barco sin rumbo

Parece largo, pero son menos de 6 minutos de lectura 🙂

¿Por qué seguimos pensando que marketing digital es lanzar campañas en Google o Facebook?

La palabra estrategia proviene del latín strategĭa que, a su vez, es el fruto de la unión de dos términos griegos: stratos (ejército) y agein (conductor o guía). Así que, en origen, significa el arte de dirigir las operaciones militares.

Fruto de las bondades del cine, todos tenemos en la cabeza la imagen de un cuartel donde se decide la estrategia a seguir ante una batalla (generalmente ante un mapa desplegado en una gran mesa rodeada de cabezas pensantes, convenientemente iluminada por una gran lámpara que la recorre de lado a lado a baja altura). Los altos mandos, con toda la información disponible y con ayuda de sus colaboradores de más confianza, toman las riendas y elaboran las guías de actuación que luego transmiten a sus subordinados para que estos pasen a la acción. 

Estrategia digital

A nivel empresarial, es algo parecido. La estrategia es el conjunto de líneas maestras sobre que una organización decide que va a pivotar y en las que se basan las acciones que finalmente realiza, bien sean de marketing, financieras, de RRHH, etc…

Hoy por hoy, la gran diferencia la marcan aquellos que piensan antes de actuar. La rapidez está sobrevalorada. El entorno digital nos ha engullido en una espiral de inmediatez muy poco sana. Todo es inmediato, rápido, ya. Y no, la clave de éxito no es esa. No es ponernos a hacer acciones sin ton ni son. Eso nos hace ser uno más, no nos diferencia.

Entonces, ¿por qué seguimos pensando que el marketing digital es hacer campañas en Google y Facebook o conseguir seguidores en Instagram? Marketing es, ante todo, sentido común. Es pensar como consumidores y empatizar. Y para aplicar el sentido común hay que pensar, no lanzarse a hacer cosas con la premura de la dichosa inmediatez de nuestros días. Y no, no hace falta usar palabros ni jerga complicada. El marketing digital no es diferente al marketing de toda la vida: lo diferente es el terreno de juego, que hay que conocer.

Si, además de dedicarle tiempo a pensar, tenemos un gran presupuesto para invertir, pues mucho mejor. Pero lo primero es pensar, analizar, reflexionar, debatir y cuestionarse las cosas. Lo fácil es abrir Google Ads y lanzarse a hacer una campaña, claro. Pero ¿a quién? ¿Hemos definido nuestro target y nuestro/s buyer persona/s? ¿Con qué mensaje? ¿Hemos analizado los diferentes tipos de competencia (directa, sustitutiva y aspiracional) para definir una estrategia de posicionamiento que nos diferencie? ¿Nos hemos cuestionado desestacionalizar la demanda para no pagar por los anuncios más caros del año? ¿Hemos definido unos objetivos claros y concretos para nuestra marca/producto? ¿Entendemos qué impacto tiene que el CTR (Click Through Rate) nos mejore medio punto porcentual y cuánto estamos dispuestos a pagar por ello para mejorar la rentabilidad global? ¿Sé con precisión cuántos euros me retornan por cada uno que invierto en marketing?

Si no somos capaces de responder a estas preguntas, es que aún no hemos trabajado nuestra planteamiento de marketing correctamente. Para hacerlo, tendremos que estudiar el entorno, el mercado, la competencia y nuestra propuesta de valor, tendremos que definir los objetivos y, por supuesto, desarrollar mis estrategias:

Estrategia corporativa

Esta estrategia forma parte de la cultura corporativa y, por tanto, se define a nivel empresa. Es decir, no es tanto una estrategia puramente de marketing, por lo que es posible que ya esté desarrollada en el business plan. Debe contemplar tres líneas:

Misión: resume el propósito de la empresa, su razón de ser. Suele incluir una descripción general, su función y objetivos. Es decir, describe el “qué” y “hacia quién” de la empresa ¿cuál es la razón de ser de la compañía? ¿por qué existe? De alguna manera, sería la personalidad de la compañía.

Visión: resume la aspiración de la compañía en cuanto a su futuro. Es decir, responde a ¿dónde queremos, como organización, estar en el futuro? y ¿cómo lo haremos? A diferencia de la anterior, que sería la personalidad de la empresa, la visión muestra a dónde queremos llegar y cómo lo vamos a hacer. Se trata de destacar cuál es el aporte de la compañía a la sociedad en general y a todos los actores que intervienen en su desarrollo como negocio.

Valores: son los pilares y principios en los que se basa toda la organización, sus decisiones y acciones. Pueden ser de tipo social (cooperación, sostenibilidad, etc.), de ética empresarial, de desarrollo (innovación), de servicio al cliente (excelencia en el servicio), etc. Lo ideal es crear un listado con entre 5 y 10 principios que otorguen identidad a la empresa, como si fuera una persona.

Estrategia de crecimiento (o cómo voy a aumentar mi volumen de negocio)

Con esta estrategia vamos a definir cómo queremos crecer como negocio: ¿queremos que crezca abriendo nuevos mercados? ¿o aumentando la cuota en los que ya estoy presente? ¿o lanzando nuevos productos? ¿o modificando los que ya tengo para llegar a más público objetivo?

Si nos basamos en la matriz Ansoff (*), podremos visualizar más fácilmente los principales ejes de crecimiento posibles:

Matriz Ansoff
(*) Ansoff, Igor. Product-Market Growth Matrix

La matriz permite identificar oportunidades de crecimiento en base a los pilares de producto y mercado, ayudándonos a establecer la/s estrategia/s que seguiremos para llegar a los objetivos de venta. Lo que expresa son las diferentes combinaciones que podemos encontrar y cómo, en función de cómo las utilicemos, estaremos trabajando una estrategia de crecimiento u otra.

A) Penetración: si promovemos nuestra actividad en los mercados actuales manteniendo los mismos productos (mismos mercados, mismos productos), estamos hablando de una estrategia de penetración de mercados. Las acciones serán encaminadas a conseguir mayor consumo de los clientes actuales (fidelización), captar clientes de la competencia o captar no consumidores actuales

B) Desarrollo de Producto: aquí lo que se persigue es desarrollar el negocio a través de la venta de nuevos productos en los mercados ya existentes, donde la compañía ya está presente. Esto se hace con el lanzamiento de nuevos productos, extensiones de gama de los existentes, nuevos modelos, etc.. Por ejemplo, el grupo Inditex y todas las diferentes líneas que ha ido lanzando en sus mercados: Zara, Zarahome, Berska, Uterqüe, Oysho, etc.

C) Desarrollo de Mercados: venta de productos actuales en mercados nuevos. Por ejemplo, la expansión geográfica o la atracción de nuevos segmentos de mercado no atacados hasta el momento.

D) Diversificación: aquí nos encontramos empresas que basan su crecimiento en una combinación de los anteriores, es decir, a través de nuevos mercados y con nuevos productos. Un ejemplo claro son empresas que se salen completamente de su core business como, por ejemplo, nuevamente, Inditex y su negocio inmobiliario.

Estrategia de posicionamiento (o cómo quiero ser visto por mis consumidores)

Si la estrategia corporativa era la más global y la de crecimiento la más focalizada en ventas, la de posicionamiento es, en mi opinión, la más marketiniana. Es la que define cómo quieren las organizaciones que sus consumidores perciban sus productos. Es establecer qué queremos que el consumidor piense o sienta cuando vea nuestra marca. Un ejemplo de posicionamiento sería: “No vendemos cosmética, vendemos belleza”

Probablemente es la más difícil de definir y, a mi juicio, la más importante. Es la que marcará la diferenciación con mis competidores y será clave en mi éxito.

Cuando hablamos de esta estrategia, nos vienen a la cabeza ejemplos de marcas que, tras años de trabajo, han conseguido que nos evoquen un determinado concepto o palabra. Por ejemplo, si escuchamos BMW pensamos en “el placer de conducir”, si escuchamos Fairy pensamos inmediatamente en “el ahorro”, si vemos un Volvo lo asociamos a “seguridad”. Y así infinidad de ejemplos de marcas que definieron cómo querían ser vistas por los usuarios y lo consiguieron.

¿Qué ocurre si no lo hago? Pues que, por un lado, iremos dando tumbos con los mensajes, ya que no habrá un hilo conductor, no estaremos construyendo nada. Confundiremos al consumidor. Un mes incidiremos en que tenemos el mejor precio, otro que ofrecemos el mejor servicio postventa, otro que la calidad es excelente… Y, por otro, habremos perdido una oportunidad de oro de buscar una diferenciación, un eje en el que movernos con soltura y que nos haga destacar sobre los demás.

Las estrategias vistas aquí son solo un pequeño avance de lo que debemos plantearnos antes de lanzarnos a bombardear alegremente con nuestros anuncios y mensajes en internet. Tendremos que analizar, definir objetivos, target, buyer persona, etc. Pero… por algo se empieza!

Solo lo leeré si son menos de 4 minutos

Ayer un hombre entró en el taller en el que yo estaba esperando y, nada más dar los buenos días a la recepcionista, anunció que acababa de prejubilarse. Se le salían las palabras de la boca, sentía absoluta incontinencia verbal por compartir la noticia.

Yo, que estaba con mi portátil allí trabajando, levanté inmediatamente la vista. A pesar de la mascarilla, pude ver la sonrisa en su boca, los unicornios, las mariposas y todo aquello que se nos aparece cuando somos felices. Pestañeé, porque no daba crédito a que un hombre que no aparentaba más de 50 años estuviera ya relegado del ámbito profesional. Pero así es la vida, mejor dicho, nuestra sociedad. Nos aparta abrupta y anticipadamente del mundo laboral para dar cabida a nuevas generaciones dispuestas a entregar toda la energía que, supuestamente, no tenemos los que ya pintamos canas.

Lo siguiente que me sorprendió fue lo que dijo a continuación: ahora tengo tiempo, la vida va más lenta, disfruto de las cosas, no tengo prisa. Repitió la palabra tiempo varias veces en tres frases. Vamos, que es otra persona en otra vida. Una vida mucho mejor, por supuesto.

¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué ahora todo tiene que ser inmediato? ¿Por qué no sabemos esperar ni disfrutar de las cosas? ¿Por qué hemos convertido nuestras vidas en carreras altamente competitivas y exigentes? ¿Por qué nos parece un pecado estar sin hacer nada un rato? Y, lo que es peor: ¿por qué ni siquiera sabemos estar sin hacer nada?

Desgraciadamente, gran parte de la culpa la tiene la tecnología. La otra parte, nosotros como sociedad. La economía digital nos ha inmerso en una vorágine de prisas, nos ha inculcado que el gran valor es la inmediatez. Que si queremos algo podemos y debemos buscarlo, comprarlo y tenerlo ya. Que si una página tarda más de 6 segundos en cargar es que no merece la pena. Que si mi envío tarda 3 días no debo comprar ahí. Que si no contestas al teléfono a la primera te mandaré un whatsapp insidioso porque pasa el tiempo y no consigo contactar contigo. Que el cronómetro corre, que hay que darse prisa, que las ofertas acaban, que las plazas de avión se agotan, que solo quedan 2, que esta oferta dura 24 horas, que hay 7 personas viendo este apartamento a la vez… Arggggg, ¡qué estrés!

En lo que al marketing respecta, esto hay sido un terremoto, una hecatombe. Le ensañamos al consumidor a exigir inmediatez y luego, como marcas, tenemos que responder, estar a la altura. Para ser competitivo hoy en día hay que ser, sin duda, rápido. Luego ya veremos si, además, eres bueno, barato, bonito… Pero tienes que ser muy, muy rápido. ¿Cómo, que tu call centre no atiende en domingo?? Vamos a ver, esto no puede ser! ¿Que no me entregas hoy mismo la lámpara, con lo urgente que todos sabemos que puede llegar a ser?

¿Imaginas que hoy en día estuvieran nuestros teléfonos publicados en directorios junto a nuestra dirección de casa?

Pensemos cómo eran las cosas hace unos pocos años. Si queríamos saber, por ejemplo, si una determinada tienda vendía un producto teníamos que buscar en las Páginas Amarillas, sí, aquellos directorios de papel ultrafino y letras minúsculas que contenían todos los teléfonos del mundo. Los nuestros incluso, con apellidos y dirección. Si eres muy joven, tendrás que volver a leerlo. Sí, los nuestros, los de todos. ¿Imaginas hoy en día que estuvieran nuestros teléfonos publicados en directorios? No quiero ni pensarlo. Pero hace no tanto, nuestros datos personales estaban publicados en esos pesadísimos tomos.

A lo que voy: si queríamos saber algo, teníamos que encontrar el tomo adecuado, buscar el nombre de la tienda (generalmente por la dirección física), llamar en horario comercial y preguntar. Si esto nos ocurría un domingo, un mediodía o una noche cualquiera, teníamos sí o sí que esperar a que abrieran el susodicho comercio. Y, si lo tenían y lo queríamos, teníamos que desplazarnos a comprarlo. No podíamos saber qué opinaba otra gente, más allá de nuestro círculo cercano. No era fácil saber si era más barato en tal o cual tienda. Y ahí vivíamos, tan felices.

¿Y qué pasa ahora? Que abrimos Google, buscamos y ya tenemos toda la información de la tienda, el horario, las reseñas, la dirección, las fotos, el mapa… Y, si me apuras y hemos buscado directamente el producto, tendremos fotos, precios, opiniones y enlaces para comprarlo en un click al mejor precio del mercado. Pero, si todo esto tarda más de 4 o 5 segundos, nos habremos hartado, habremos perdido la paciencia y habremos cambiado de tercio.

Esta es la razón por la que he tenido que poner cuánto tardarás en leer este post

Somos presa de nuestro propio bucle. Compramos comida preparada para ganar el tiempo que usaríamos en cocinar. Qué error, ¡con el placer que es cocinar! Nos abonamos a plataformas y pagamos cuotas por tener las cosas ya. ¡Con lo agradable que puede ser la espera y el valor que le añade a las cosas cuando son deseadas! Pagamos porque nos hagan cosas que nosotros sabríamos y podríamos hacer perfectamente, pero queremos para nosotros el tiempo que nos llevaría hacerlo. Lo peor de todo, es que nos dedicamos a comprar tiempo y luego no sabemos ni qué hacer con él.

Medio kilo de autoestima, por favor

(Tiempo de lectura: 3 min)

¿Por qué nos sentimos siempre cargados de razón y maestros de todo?

Estamos en una sociedad en la que la comunicación se basa, cada vez más, en convencer de nuestras ideas. No buscamos divulgar, ni transmitir información a la espera del juicio de nuestro interlocutor, ni mucho menos hacer pensar a la gente.

Buscamos convencerles de que lo nuestro, sea lo que sea, es simplemente mejor. Puede ser nuestro producto, nuestra ideología política o una reflexión sobre el origen de nuestra especie. La cuestión es imponer nuestro criterio, nuestras ideas.

Ganar adeptos a la causa parece que nos mejora la autoestima y, mientras no la vendan en Amazon, tendremos que ingeniárnoslas para aumentarla de otra manera. Menos mal que muy pocos tienen el don de convencer así alegremente, porque yo me imagino un mundo en el que todos pensemos igual y me echo a llorar.

Además, todos somos ahora medios de comunicación. Sabemos y opinamos de todo como si una docena de doctorados nos respaldasen: en medicina, economía, derecho, psicología, arquitectura…

Cuando la vida sentimental de un torero es tan importante como la asignación de los fondos de recuperación europeos es que algo va mal.

Y eso pasa, entre otras cosas, porque los maestros tertulianos que nos acompañan a todas horas en la televisión, la radio o los medios sociales sientan cátedra sobre cualquier aspecto. Lo mismo analizan el vestido de Doña Leticia que nos informan con todo lujo de detalles sobre las ventajas, inconvenientes y efectos secundarios de tal o cual vacuna y porqué es infinitamente mejor que tal o cual otra. Lo mismo nos explican el funcionamiento de las renovables o discuten sobre la asignación de los fondos de la Unión Europea que destripan los desamores de un torero. Y ese es el run run de nuestro día a día.

La consecuencia es que el común de los mortales estamos hiper (mal) informados y eso -aparentemente- nos da derecho a ir por la vida como eminencias. Y como, además, nos han facilitado herramientas para esparcir y compartir nuestra verborrea alegremente, pues ahí tenemos las redes sociales plagadas de altavoces de nuestro periodista interior frustrado.

Así que ahora, más que nunca, el marketing está en nuestras vidas, todos somos “marketeros”. Antes eran solo las marcas las que nos querían convencer. Ahora, quien más quien menos, intenta convencer a los demás de que sus pensamientos, creencias e ideologías son los únicos ciertos y correctos. Cuánto poseedor de la verdad absoluta, ¡qué cantidad de talento emergente desaprovechado!

Por el bien de nuestra sociedad, la humildad debería estar presente en toda dieta emocional que se precie

En paralelo, y para terminar de arreglarlo, cada vez somos menos permeables a los argumentos. Nos subimos al carro de la razón y no hay quien nos apee. No escuchamos, disimulamos y asentamos con la cabeza pero, en realidad, solo estamos pendientes de cuándo hincar el diente al otro para esgrimir e imponer nuestra incuestionable sabiduría sobre el tema en ciernes. Y todo con una única meta: ganar. Tener razón, salir victoriosos de esa conversación transformada en batalla, de ese combate de boxeo en el que, desgraciadamente, se convierten muchas charlas triviales. Y, al final, claro está, no son conversaciones. Son disputas, broncas encubiertas en las que, aparentemente, gana el más vehemente y pierde el más perezoso. Pero no, aquí pierde todo el mundo. Así nos va. 

Creo que olvidamos con demasiada frecuencia lo agradable que es compartir reflexiones desde la apertura y la flexibilidad. Lo gratificante y enriquecedor que es un debate de verdad, no los que vemos en la política, ni mucho menos los que leemos en los muros medios sociales o cuando alguien vierte su opinión sobre un post o un vídeo. 

Hago desde aquí una oda a la grandísima felicidad que aporta la humildad, que nos descarga de tanto peso que debería estar en cualquier dieta emocional que se precie.